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blandengues, deshechos ya sin bronca los endebles blindajes.
Un bramido de bruces sobre llanos rebeldes, sobre pueblos amables y distantes labriegos.
Ah..! esa fiebre que brinca por las brechas umbrías.
Ah.! ese frío sublime y brutal, sublevado en el timbre de su arenga
abrasada con poder de abrelatas.
Ni una brizna de anclaje en su brújula loca de endiablado redoble, ni
un atisbo clemente en su halo abrasivo de laudable requiebre. Y sin embargo, no era el alambre breoso de su habla bravía que nos embriagaba resonando en tumulto blumm blum… blum… tornando en ablución el sacrificio. Ni el subrepticio asombro en cada carga, cada abrupto escarmiento.
Ni sus bronces bruñidos ni brocados brillantes los que abrían el
brocal de la tierra a la oblata de sangre.
Eran sus hombros plenos de breteles cayendo, su perfil adorable,
abrumando inclemente los umbrales sombríos.
Una hembra sinuosa a mitad de febrero.
Un formidable cable nos blandía, brazalete intangible, rúbrica indesatable.
Sobrios abrojos blandos no de una abrevada obligación, sino del
oblicuo blanco de su blusa.

LC

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