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Objetos (continuación)

ISBN-58-2459886032524

daba la sensación de no estar haciendo esfuerzo alguno para ello) sino mezquinamente y por períodos cada vez más breves los párpados,
mostrándonos los blancuzcos rincones con derrames profusos que se
escondían tras ellos. Aún así, mientras las pupilas derivaban en el mejor
de los casos en una especie de péndulo de un extremo al otro, un
murmullo siempre dudoso resbalaba en los labios resecos. Incluso, una
que otra frase atolondradamente torpe, aunque la mayoría de las veces
estos fenómenos ocurrían sin aviso alguno y perdíamos la referencia. O
dormitaba, escapado por momentos del trance, y entonces, recobraba la
calma de una modorra tranquila. Afuera, una lluvia mansa pero constante
insistía perturbando los charcos.

–Ah… Doctor (me sorprendió al confundirme) no me acuerdo de
nada… –y otra vez, como siempre, tras las hendijas mínimas, los ojos
deambulaban.
Indudablemente deliraba, pero era un delirio recurrente, repitiendo
la expresión como si no sólo quisiera comunicármelo sino afirmar la
idea con la vehemencia que le permitía su condición mientras pasaba
por vastos indultos de la consciencia.
El transcurso de las horas, y de los días subsiguientes, no cambiaron
el panorama. La tensa espera se fue diluyendo, acostumbrándonos al
estado de las cosas. Unos minutos detrás de un vidrio viendo cómo se
le empañaba la mascarilla con cada exhalación, y eso era todo. En los
momentos en que abría los ojos quienes podían acceder a él relataban
monótonamente una mirada extraviada.
Cuando semanas después empezamos a suponer íntimamente que en
ese estado la muerte podía resultar un alivio para todos, tuvo un destello
opaco, un movimiento desconcertante que hizo suspender nuestros pronósticos o nuestras dudas. A los días, lo trasladaron a una sala, y aunque
no era para cantar resurrección alguna podía al menos aventurar que
en breve, tal vez, recuperara algo de lo vital más allá de su, hasta allí,
desconexión casi absoluta. El cambio de ubicación permitió no sólo que
albergáramos una remota y juiciosa esperanza, sino una prolongación
del tiempo que debíamos dedicarle aunque más no fuera para visitarlo,
pues el resto del trabajo (que era asearlo y controlar todo) lo hacían obviamente los profesionales asignados.

 

El médico nos convocó convenientemente para dar los detalles de
las probables alternativas a tener en cuenta de las que sólo cabía esperar
no más que alguna leve mejoría dudosamente categórica y que, obviamente,
no podía pronosticar como si fuera un visionario pues como era notorio, él provenía de la ciencia. Sus rutinas restan dramatismo aunque siempre terminan generando suspicacias. Entonces las visitas se correspondieron más frecuentes, aunque ello producía un doble efecto, porque al tiempo que nos permitía el acercamiento exculpante nos ponía a prueba con sonidos ininteligibles de imposible intercambio y además, ya norequería sólo mirar y seguir después de unos lamentos circunstancialessino pasar cuarenta o cincuenta minutos y en ocasiones hasta más deuna hora al lado de una persona que estaba cerca de nuestro afecto perolejos a la vez de las realidades cotidianas, de nuestros compromisos habituales,de la atención de quienes aún nos reclaman y mantienen lúcidosy vitales, y ello agregaba entre nosotros un velo casi infranqueable quede este lado pretendíamos disimular, porque como dije, él estaba imposibilitadode todo razonamiento y devastaba nuestra voluntad y nuestrasmejores intenciones.Si sólo se tolera lo que consideramos familiar, naturalmente iba imponiéndoseuna distancia no sólo entre las personas sino con cada una de las cosas que le habían rodeado durante toda su vida y que se le habían apartado total y repentinamente. Y entonces tuve la sensación que cada una de esas cosas que perdía, perdía la memoria que guardaban de él mismo en una especie de proceso inverso donde cada uno de nosotros podía resumirse en algo parecido a una imagen holográfica retenida y proyectada por los objetos que nos circundan y al alejarnos de ellos nos deshacíamos como un rompecabezas que se desarma. Por eso, conscientes o inconscientemente, sentimos que debíamos seguir atendiendo lo nuestro, para no desaparecer también nosotros como había ocurrido con él que, como venía diciendo, ya no se acordaba de nada.

Comenzamos a espaciar las visitas no sólo para dedicarnos a nosotros
mismos sino para no invertir el tiempo en una permuta de miradas
inescrutables y palabras desarticuladas. Finalmente, no sé qué favor le
hacíamos cuando había a su alrededor médicos o especialistas (a los
que les pagábamos convenientemente) y uno quedaba reducido a mirarle
simplemente sin poder hacer nada.

Peor aún, incrementando tal vez su ansiedad por volver desde donde no podía, porque a pesar de la alienación en que se hallaba le he sorprendido fugaces e inequívocos reproches enredados en las turbias telarañas que

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