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Filosofía y Política: EL HOMBRE REBELDE, Albert Camus (continuación)

El Imperio, como se ve, es al mismo tiempo la fábrica y el cuartel mundiales, donde reina como esclavo el soldado-obrero de Hegel. Hitler ha sido detenido relativamente pronto en el camino de este Imperio. Pero aunque hubiera ido más lejos se habría asistido solamente al despliegue cada vez más amplio de un dinamismo irresistible y al refuerzo cada vez más violento de los principios cínicos, que eran los únicos capaces de servir a ese dinamismo.

 

Al hablar de esta revolución, Rauschning dice que no es ya liberación, justicia y elevación del espíritu, sino "la muerte de la libertad, la dominación de la violencia y la esclavitud del espíritu". El fascismo es, efectivamente, el desprecio. A la inversa, toda forma de desprecio, si interviene en política, prepara o instaura el fascismo. Hay que añadir que el fascismo no puede ser otra cosa sino renegarse a sí mismo. Junger deducía de sus popios principios que valía más ser criminal que burgués. Hitler, que tenía menos talento literario, pero, en esta ocasión, más coherencia, sabía que es indiferente ser lo uno o lo otro, desde el momento en que no se cree en el éxito. Se autorizó, por lo tanto, a ser lo uno y lo otro a la vez. "El hecho es todo" decía Mussolini. Y Hitler: "Cuando la raza corre peligro de que la opriman...la cuestión de la legalidad no desempeña sino un lugar secundario". Como, por otra parte, la raza tiene siempre necesidad de que la amenacen para existir, nunca hay legalidad. "Estoy dispuesto a firmarlo todo, a suscribirlo todo...En lo que me concierne, soy capaz, con toda buena fe, de firmar hoy tratados y romperlos mañana fríamente si el porvenir del pueblo alemán está en juego". Por lo demás, antes de declarar la guerra, el Führer declaró a sus generales que más tarde no se preguntaría al vencedor si había dicho o no la verdad. El leimotiv de la defensa de Goering en el proceso de Nuremberg, toma de nuevo esta idea: "El vencedor será siempre el juez y el vencido el acusado". Esto puede discutirse, sin duda. Pero entonces se comprende a Rosenberg cuando dice en el proceso de Nuremberg que no había previsto que este mito llevara al asesinato. Cuando el fiscal inglés observa que "de Mein Kampf partía el camino directo que llevaba a las cámaras de gas de Maidanek", toca, por el contrario, el verdadero tema del proceso, el de las responsabilidades históricas del nihilismo occidental, el único, sin embargo, que no fue verdaderamente discutido en Nuremberg, por razones evidentes. No se puede realizar un proceso anunciando la culpabilidad general de una civilización. Se ha juzgado solamente los actos que, por lo menos, gritaban a la faz de la tierra entera.

 

Hitler, en todo caso, inventó el movimiento perpetuo de la conquista sin el cual no habría sido nada. Pero el enemigo perpetuo es el terror perpetuo, esta vez a nivel del Estado. El Estado se identifica con "el aparato", es decir, con el conjunto de los mecanismos de conquista y represión. La conquista dirigida hacia el interior del país se llama propaganda ("primer paso hacia el infierno", según Frank), o represión. Dirigida hacia el exterior, crea el ejército. Todos los problemas son, por lo tanto, militarizados y se plantean en términos de potencia y eficacia. El general en jefe determina la política y, además, todos los problemas principales de administración. Este principio, irrefutable en cuanto a la estrategia, se generaliza en la vida civil. Un solo jefe, un solo pueblo, significa un solo amo y millones de esclavos. Los intermediarios políticos, que son, en todas las sociedades, las garantías de la libertad, desaparecen para dejar lugar a un Jehovah con botas que reina sobre multitudes silenciosas, o, lo que viene a ser lo mismo, que aúllan contraseñas. Entre el jefe y el pueblo, no se interpone un organismo de conciliación o de mediación, sino, precisamente, el aparato, es decir, el partido, que es la emanación del jefe y la herramienta de su voluntad de opresión. Así nace el primero y único principio de esta baja mística, el Führerprinzip, que restaura en el mundo del nihilismo una idolatría y lo sagrado degradado.

 

Mussolini, jurista latino, se contentaba con la razón de Estado, sólo que la transformaba, con mucha retórica, en absoluto. "Nada fuera del estado, por encima del Estado, contra el Estado. Todo del Estado, para el Estado, en el Estado". La Alemania hitlerista dio a esta falsa razón su verdadero lenguaje, que es el de una religión. "Nuestro servicio divino -decía un diario nazi durante un congreso del partido- consistía en llevar a cada uno hacia los orígenes, hacia las Madres. En verdad, era un servicio de Dios". Los orígenes están, por lo tanto, en el aullido primitivo. ¿Quién es ese Dios de que aquí se trata? Una declaración oficial del partido nos lo dice: "Todos nosotros, aquí abajo, creemos en Adolfo Hitler, nuestro Fürher, y (confesamos) que el nacionalsocialismo es la única fe que lleva a nuestro pueblo a la salvación." Las órdenes del jefe, alzado en el matorral inflamado de los proyectores, en un Sinaí de tablas y banderas, constituyen la ley y la virtud. Si los micrófonos superhumanos ordenan una vez solamente el crimen, éste desciende de jefes en subjefes hasta el esclavo, que recibe las órdenes sin dárselas a nadie. Un verdugo de Dachau llora luego en su prisión: "No he hecho sino ejecutar las órdenes. Sólo el Führer y el Reichsführer han traído todo esto y luego se han ido. Gluecks recibió órdenes de Kaltenbrunner y, finalmente, yo recibí la orden de fusilar. Me cargaron con todo porque yo no era sino un pequeño Hauptschaführer y no podía transmitirlo más abajo en la fila. Ahora dicen que soy yo el asesino". Goering declaró en el proceso su fidelidad al Führer y que "existía todavía una cuestión de honor en esta maldita vida". El honor consistía en la obediencia, que se confundía a veces con el crimen. La ley militar castiga con la pena de muerte la desobediencia y su honor es la servidumbre. Cuando todos son militares, el crimen consiste en no matar si la orden lo exige.

 

La orden, por desgracia, exige raras veces que se haga el bien. El puro dinamismo doctrinal no puede dirigirse hacia el bien, sino solamente hacia la eficacia. Mientras haya enemigos, habrá terror; y habrá enemigos mientras exista el dinamismo, para que exista: "Todas las influencias capaces de debilitar la soberanía del pueblo, ejercida por el Führer con ayuda del partido...deben ser eliminadas". Los enemigos son herejes y deben ser convertidos mediante la predicación o propaganda o exterminados mediante la inquisición o Gestapo. El resultado es que el hombre no es ya, si pertenece al partido, sino una herramienta al servicio del Fürher, una rueda del aparato, o, si es enemigo del Fürhrer, un producto de consumo del aparato. El impulso irracional nacido de la rebelión no se propone ya sino reducir lo que hace que el hombre no sea un rodaje, es decir, la rebelión misma. El individualismo romántico de la revolución alemana se sacia por fin en el mundo de las cosas. El terror irracional transforma en cosas a los hombres, "bacilos planetarios", según la fórmula de Hitler. Se propone la destrucción, no solamente de la persona, sino también de las probabilidades universales de la persona, la reflexión, la solidaridad, el llamamiento al amor absoluto. La propaganda, la tortura, son medios directos de desintegración; más todavía: la decadencia sistemática, la amalgama con el criminal cínico, la complicidad forzosa. Quien mata o tortura no conoce sino una sombra en su victoria: no puede sentirse inocente. Por tanto, tiene que crear la culpabilidad en la víctima misma, para que en un mundo sin dirección la culpabilidad general no legitime sino el ejercicio de la fuerza, no consagre sino el éxito. Cuando la idea de inocencia desaparece en el inocente mismo, el valor de potencia reina definitivamente en un mundo desesperado. Por eso es por lo que una innoble y cruel potencia reina en este mundo en el que sólo las piedras son inocentes. Los condenados se ven obligados a ahorcarse los unos a los otros. Es asesinado el grito puro de la maternidad misma, como en esa madre griega a la que un oficial obliga a elegir a aquel de sus tres hijos que será fusilado. Así se ve, por fin, libre. El poder de matar y de envilecer salva el alma de la orquesta de presidiarios, en los campos de la muerte.

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