top of page

                                    Persona y democracia: María Zambrano

 

María Zambrano, premio Príncipe de Asturias de Humanidades en 1981 y Cervantes en 1988, es una figura clave para la cultura hispánica. Discípula de Ortega y Gasset, de Zubiri y de García Morente, sintetiza la tradición filosófica occidental: la existencial, la fenomenológica y vitalista, la de Spinoza y la de los griegos, inspirada en el pensamiento de Plotino. Su afinidad con los pensadores órficos y neoplatónicos, su utilización metafórica de muchos de los grandes símbolos tradicionales la lleva a la formulación de conceptos como el de «la razón poética», que constituye uno de los núcleos fundamentales de su pensamiento. Lo que se propone no es otra cosa que la creación de la persona a partir de una metodología que se articula en torno a esa razón poética. Ser mirado sin ver, abrumado ante una realidad que permanece oculta; el ser humano, para María Zambrano, tiene la capacidad de ver a su alrededor, aunque no a sí mismo.

Todo ver a otro es verse vivir en otro. En la vida humana no se está solo sino en instantes en que la soledad se hace, se crea. La soledad es una conquista metafísica, porque nadie está solo, sino que ha de llegar a hacer la soledad dentro de sí, en momentos en que es necesario para nuestro crecimiento. Los místicos hablan de la soledad como algo por lo que hay que pasar, punto de partida de la <<ascesis>>, es decir, de la muerte, de esa muerte que hay que morir, según ellos, antes de la otra, para verse, al fin, en otro espejo.

La visión del prójimo es espejo de la vida propia; nos vemos al verle. Y la visión del semejante es necesaria precisamente porque el hombre necesita verse. No parece existir ningún animal que necesite contemplar su figura en el espejo. El hombre busca verse. Y vive en plenitud cuando se mira, no en el espejo muerto que le devuelve la propia imagen, sino cuando se ve vivir con el vivo espejo del semejante.

 

María Zambrano (El Hombre y lo Divino)

 

Todo trabajo intelectual es un procedimiento que, aún cuando deriva de un conjunto de ideas externas consecuentemente aprehendidas, finalmente acaba en un proceso individual. hasta alcanzar un poco de reconocimiento.

El nacimiento de la interioridad es, en realidad, el nacimiento de la modernidad, aunque estemos hablando del siglo II (*). En la libertad interior promovida por el pensamiento estoico y que adquiere una enorme dimensión en Séneca, se cifra el comienzo de lo moderno. Esta es, sin duda, la prehistoria de la era del contrato social que emana de voluntades individuales y del liberalismo, en lo cual se muestra la modernidad en toda su ambigüedad, en sus luces y sombras. Se crea un ámbito desde el cual se erigen excelentes oportunidades para hombres y pueblos, pero que incurre en los peligros de la desolación. Esto ya se ve, como contradicción que ya anticipara parcialmente Pablo de Tarso, extremara San Agustín y culminara en Lutero y Calvino. El hombre solo consigo mismo (y ante Dios).

El nacimiento de la solitaria interioridad es, en cualquier caso, el signo de nuestra época, lo que el devenir histórico ha producido, y a veces es oportuno ubicar la liberación en dicho espacio individual, acaso en las guerras del individuo consigo mismo, y que deben acaso completarse con los sistemas, estructuras, muertes del sujeto y filosofía del relato. Un curioso desencantamiento de aquello que operó desencantando al mundo.

El verdadero artista es solitario. Esto no quiere decir que resulte superior al resto, simplemente, tiene una estructura de funcionamiento distinta que lo hace

 razonar con pequeñas diferencias y que son sin embargo suficientes para apartarlo de la misma vida social que está obligado a llevar, pues ya sabemos que la obra de arte "se completa" con la participación del público, (y en esto agregamos una disgreción actual: ¿es arte si nadie lo

ve? ¿es arte si lo ven muchos?) y es que el arte no es más que un medio de comunicación, de salir a buscar… pero la vivencia de unos y otros es distinta (nos referimos a la del artista y la del observador) y ello no puede contagiarse ni transmitirse.

El artista (con talento) y su obra puede ser reconocido por todos, incluso honestamente, y en ello mismo, el artista está a cierta distancia. Y esto es así porque vive de su interioridad y ella no puede ser compartida, ni siquiera con otros de la misma especie.

El arte no se sabe, se siente, reza una afirmación académica, y mucho de cierto tiene, pero si bien puede sentirse "lo mismo" ello nunca puede ser una duplicación, aunque se llegara a producir una situación confusa al respecto, que no  alcanzan (incluso las intelectuales) del todo al artista, que habla de algo que no puede traducirse, que no está para explicarse, y que, por lo tanto, lo aleja intrínsecamente del resto.

Es su mismo talento quien lo pone en un lugar inaccesible, una especie de trono donde está obligado siempre a preservarse en una condición de "genial" de quien nadie espera otra cosa que genialidades, y que así, le otorga un poder onnímodo y a la vez, una condena.

Si uno revisa el desempeño de muchos de estos talentosos natos a través de la historia no sólo del arte, ve (lo sabe todo el mundo) que han llevado una vida tortuosa, han tenido casi los mismos inconvenientes.

Y es que la  impunidad de la que goza,  la adulación,  la satisfacción de practicamente cualquiera de sus requerimientos, de sus caprichos, de sus pretensiones más vulgares incluso, parencen dotarlo de todo. Pero el tenerno todo puede finalmente significar no tener nada (más allá de la ecuación posmoderna) y ya sabemos (también gracias a la psicología) que de manera humanamente imperiosa, sólo somos si deseamos.

 

 

(*) María Zambrano Alarcón; Vélez:  Málaga, 1907-Madrid, 1991) Ensayista y filósofa española. Discípula de J. Ortega y Gasset, Zubiri y Manuel García Morente, fue una de las figuras capitales del pensamiento español del siglo XX.

 

bottom of page